Simón Bolívar
Camino a la inmortalidad
La enfermedad que tuvo el Libertador a lo
largo de su vida y las muchas crisis que presentó en los últimos años de ella
sin duda tuvieron que influir en alguna forma en el desarrollo de las guerras
de la independencia, el nacimiento de la república y tal vez mucho más, en la
evolución de los hechos que llevaron a la desintegración de su obra política.
Viaje a Santa Marta
El 7 de Mayo Bolívar
sale de Bogotá. No puede regresar a Venezuela, incluso teme por el Gobierno de
Páez le incauté las minas de Aroa, hacienda de sus padres. Por ahora su destino
es la costa. Quiere descansar un poco para reponer su quebrantada salud. Si
mejora y le conceden el sueldo el ex - Presidente se residencia en Europa. En
Cartagena recibe una noticia que le acelera el corazón. El Mariscal Sucre ha
sido asesinado traidoramente. Bolívar no encuentra palabras ni lagrimas para
tanto dolor. Llora como un niño y se ve en este crimen una cruel venganza de
sus enemigos. Los asesinos sabían muy bien que Sucre era el sucesor legítimo de
Bolívar, el único que todavía podía restaurar la unidad Gran Colombiano.
Mientras tanto el gobierno del Presidente Mosquera se hunde. Cada soldado se
hace General y todos se creen con derecho a sublevarse. A los 3 meses le sucede
el Vice - Presidente Caicedo. Apenas toma el mando le sustituye una
insurrección militar. Urdaneta se alza con el poder pero decide que vuelva
Bolívar. Es el único que aún puede unir y evitar la Guerra. El Libertador
escucha a los emisarios. Le duele el caos total. Tengo la obligación de salvar
a la patria como cualquier soldado. Ofrezco por los sacrificios de que soy
capaz. Pero no veo todavía que mi regreso aplaque a los revoltosos. No puedo
aceptar otra vez la Presidencia sin el consentimiento de unas elecciones.
La última proclama.
El 10 de diciembre de
1830 es el día de la última proclama del Libertador, dictada desde su lecho de
moribundo. Firmó el testamento y recibió los Santos Sacramentos de manos del
humilde cura de la aldea de Mamatoco, quien llegó en la noche con sus acólitos
y varios indígenas.
Luego, rodeado de sus más
íntimos amigos, como José Laurencio Silva, Mariano Montilla, Joaquín de Mier,
Ujueta, Fernando Bolívar, etc., el notario Catalino Noguera empezó a leer el
histórico documento, pero apenas llegó a la mitad, porque la emoción y el dolor
le ahogaron la voz. Continuó la lectura Manuel Recuero. La última Proclama dice
así:
A los pueblos de Colombia:
Habéis presenciado mis
esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He
trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me
separé del mando cuando me persuadí que desconfiábais de mi desprendimiento.
Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más
sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis
perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono.
Al desaparecer de en
medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis
últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos
debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión: los pueblos obedeciendo al
actual gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del santuario
dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando su espada en
defender las garantías sociales.
¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi
muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo
bajaré tranquilo al sepulcro.
Testamento de Bolívar.
El testamento de su
excelencia El Libertador de Colombia General Simón Bolívar es el documento
mediante el cual el Libertador Simón Bolívar declaró su última voluntad antes
de fallecer el 17 de diciembre de 1830. Fue dictado en Santa Marta, Colombia,
el 10 de diciembre, el mismo día en que dictó su última proclama y recibió los
sacramentos por parte del Obispo de Santa Marta José María Esteves,1 y fue
firmado por Bolívar y el escribano José Catalino Noguera al día siguiente.2 El
original consta de 4 páginas manuscritas por ambas caras y estuvo archivado en
una notaría de Santa Marta hasta que fue robado por desconocidos quienes lo
vendieron al gobierno venezolano. El presidente Marcos Pérez Jiménez lo
restituyó a Colombia donde fue depositado en un banco por la Sociedad
Bolivariana hasta que dicha institución lo donó al Museo Nacional de Colombia
el 24 de junio de 1960.3
El documento está
constituido por catorce cláusulas en las que Bolívar declara u ordena elementos
de diversa índole, incluyendo su creencia en Dios y la Iglesia Católica, sus
bienes y su destino (las tierras y Minas de Aroa...y unas alhajas), que se
paguen sus deudas y la donación de dos libros que fueron propiedad de Napoleón
a la Universidad de Caracas. También ordena una remuneración para su mayordomo
José Palacios, que se quemen algunos documentos, nombra sus albaceas, y divide
lo que queda de sus bienes en tres partes: una para cada hermana María Antonia
y Juana. La tercera para sus sobrinos: Juan, Felicia y Fernando Bolívar, para
que lo "disfruten con la bendición de Dios.
Santa Marta, 10 de diciembre de 1830
En nombre de Dios todo
Poderoso. Amén. Yo, Simón Bolívar, Libertador de la República de Colombia,
natural de la ciudad de Caracas en el Departamento de Venezuela, hijo legitimo
de los señores Juan Vicente Bolívar y María Concepción Palacios, difuntos,
vecinos que fueron de dicha ciudad, hallándome gravemente enfermo, pero en mi
entero y cabal juicio, memoria y entendimiento natural, creyendo y confesando como
firmemente creo y confieso el alto y soberano misterio de la Beatísima y
Santísima Trinidad, Padre Hijo y Espíritu Santo tres personas distintas y un
solo Dios verdadero, y en todos los demás misterios que cree, predica y enseña
nuestra Santa Madre Iglesia Católica Apostólica Romana, bajo cuya fe y creencia
he vivido y protesto vivir hasta la muerte, como Católico fiel Cristiano, para
estar prevenido cuando la mía me llegue con disposición testamental, bajo la
invocación divina, hago, otorgo y ordeno mi Testamento en la forma siguiente:
Primeramente encomiendo mi Alma a Dios nuestro Señor que de la nada la
crió, y el cuerpo a la tierra de que fue formado, dejando a disposición de mis
Albaceas el funeral y entierro, y el pago de las mandas que sean necesarias
para obras pías, y estén prevenidas por el gobierno
Declaro: fui casado legalmente con la Sra. Teresa Toro, difunta, en cuyo
matrimonio no tuvimos hijo alguno.
Declaro: que cuando contrajimos matrimonio, mi referida esposa, no
introdujo a el ninguna dote, ni otros bienes, y yo introduje todo cuanto heredé
de mis padres.
Declaro: que no poseo otros bienes más que las tierras y minas de Aroa,
situadas en la Provincia de Carabobo, y unas alhajas que constan en el
inventario que debe hallarse entre mis papeles, las cuales existen en poder del
Sr. Juan de Francisco Martín vecino de Cartagena.
Declaro: que solamente soy deudor de cantidad de pesos a los señores
Juan de Francisco Martín y Poules y Compañía, y prevengo a mis Albaceas que
estén y pasen por las cuentas que dichos Señores presenten y las satisfagan de
mis bienes.
Es mi voluntad: que la medalla que me presentó el Congreso de Bolivia a
nombre de aquel pueblo, se le devuelva como se lo ofrecí, en prueba del
verdadero afecto, que aún en mis últimos momentos conservo a aquella República.
Es mi voluntad: que las dos obras que me regalo mi amigo el Sr. Gral.
Wilson, y que pertenecieron antes a la biblioteca de Napoleón tituladas
"El Contrato Social" de Rousseau y "El Arte Militar" de
Montecuculi, se entreguen a la Universidad de Caracas.
Es mi voluntad: que de mis bienes se le den a mi fiel mayordomo José
Palacios la cantidad de ocho mil pesos, en remuneración a sus constantes
servicios.
Ordeno: que los papeles que se hallan en poder del Sr. Pavageau, se
quemen.
Es mi voluntad: que después de mi fallecimiento, mis restos sean
depositados en la ciudad de Caracas, mi país natal.
Mando a mis Albaceas que la espada que me regaló el Gran Mariscal de
Ayacucho, se devuelva a su viuda para que la conserve, como una prueba del amor
que siempre he profesado al expresado Gran Mariscal.
Mando a mis Albaceas se den las gracias al Sr. Gral. Roberto Wilson por
el buen comportamiento de su hijo el Coronel Belford Wilson, que tan fielmente
me ha acompañado hasta los últimos momentos de mi vida.
Para cumplir y pagar este mi testamento y lo en el contenido, nombro por
mis Albaceas testamentarios, fideicomisarios, tenedores de bienes a los Sres.
Gral. Pedro Briceño Méndes, Juan de Francisco Martín, Dr. José Vargas, y el
Gral. Laurencio Silva, para que de mancomún et insolidum entre en ellos, los
beneficien y vendan en almoneda o fuera de ella, aunque sea pasado el año fatal
de Albaceazgo pues yo les prorrogo el demás tiempo que necesiten, con libre
franca, y general administración.
Y cumplido y pagado este mi testamento y lo en el contenido instituyo y
nombro por mis únicos y universales herederos en el remanente de todos mis
bienes, deudas, derechos y acciones, futuras sucesiones en el que haya sucedido
y suceder pudiere, a mis hermanas María Antonia y Juana Bolívar y a los hijos
de mi finado hermano Juan Vicente Bolívar, a saber, Juan, Felicia y Fernando
Bolívar, con prevención de que mis bienes deberán dividirse en tres partes, las
dos para mis dichas hermanas, y la otra parte para los referidos hijos de mi
indicado hermano Juan Vicente, para que lo hayan, y disfruten con la bendición
de Dios. Y revoco, anulo, y doy por de ningún valor ni efecto otros
testamentos, codicilos, poderes y memorias que antes de este haya otorgado por
escrito, de palabra o en otra forma para que no prueben ni hagan fe en juicio,
ni fuera del, salvo el que presente que ahora otorgo como mi última y
deliberada voluntad, o en aquella vía y forma que mas allá lugar en derecho. En
cuyo testimonio así lo otorgo en esta hacienda San Pedro Alejandrino de la
comprensión de la ciudad de Santa Marta a diez de diciembre de 1830.
Y su excelencia el otorgante a
quien yo, infrascrito, Escribano Publico del Número certifico que conozco, y de
que al parecer está en su entero y cabal juicio, memoria y entendimiento
natural, así lo dijo, otorgó y firmó por ante mí en la casa de su habitación, y
en éste mi Registro Corriente de Contratos Públicos siendo testigos los S.S.:
Gral. Mariano Montilla, Gral. José María Carreño, Coronel Belford Hinton
Wilson, Coronel José de la Cruz Paredes, Coronel Joaquín de Mier, Primer
Comandante Juan Glenn y el Dr. Manuel Pérez Recuero, presentes.
Muerte de Bolívar.
El 17 de diciembre de
1830, en la Quinta «San Pedro Alejandrino», cerca de Santa Marta (Colombia),
dejó de existir el Genio de la Libertad, el más Grande Hombre de América. A la
1 en punto de la tarde, «murió el sol de Colombia», Simón Bolívar. Había
recibido de manos del Cura de la aldea de Mamatoco los Santos Sacramentos.
Después de haber dado libertad a tantos millones de suramericanos, Bolívar se
halla en su último instante muy solo. Apenas le rodean Mariano Montilla,
Fernando Bolívar, José Laurencio Silva, Portocarrero, el edecán Wilson, Ibarra,
Cruz Paredes, José María Carreño...
El médico de cabecera
Alejandro Próspero Reverend, viendo que llegaba el momento supremo los llamó y
les dijo: «Señores, si queréis presenciar los últimos momentos y postrer
aliento del Libertador, ya es tiempo». Pero, indudablemente, Bolívar continúa
vivo en el corazón de los pueblos, en las ideas que parecen escritas para
nuestros días, en las acciones que son permanente ejemplo para todos aquellos
que sienten de verdad lo que es una patria redimida. El Sol de Colombia sigue
brillando.
Bolívar lo vivió.
Destituido de todos sus cargos por la oligarquía gran colombiana asesinado,
antes, su noble amigo el mariscal Sucre que ganara en los Andes, en 1824, la
última batalla de la Independencia y es necesario decir que nunca se supo quién
le preparó la emboscada de la muerte, fue abandonado, Bolívar, a su suerte.
Camino de su destierro a Venezuela, sublevada ya ante su posible llegada porque
iba precedido de la apelación de dictador, Bolívar no tuvo a su lado nada más
que un grupo de amigos: contados con los dedos.
Enfermo, le curaba el
médico francés Alejandro Prospero Reverend. Arribado a la ciudad costeña de
Santa Marta, el Libertador no encontró techo de recepción nada más que en la
casa de un español: Joaquín de Mier. Ya próximo a la muerte se refugió en la
Quinta de San Pedro Alejandrino. Esta mansión pertenecía, también, al mismo
español. En San Pedro Alejandrino pronunció aquella invocación a la ironía:
"Jesucristo, Don Quijote y yo hemos sido los más insignes majaderos de
este mundo".
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